El Síndrome de Asperger es una condición clasificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) dentro del grupo de los Trastornos Generalizados del Desarrollo (TGD). La persona que lo presenta tiene una inteligencia normal y a menudo superior a la media, especialmente en áreas específicas.
Afecta aproximadamente a 3 de cada 1.000 personas en el mundo, y parece tener mayor incidencia en niños que en niñas. Recientemente reconocido por la comunidad científica como entidad diferenciada del autismo, es todavía poco conocido entre la población general e incluso por muchos profesionales.
El síndrome se manifiesta de diferente forma en cada individuo pero todos tienen en común las dificultades para la interacción social, dificultades para entender la comunicación no-verbal, intereses restringidos, inflexibilidad cognitiva y de comportamiento, y problemas en la interpretación de los sentimientos y emociones ajenos y propios. Este déficit social es uno de los síntomas más incapacitantes.
La otra cara de este síndrome son ciertas cualidades que les hacen candidatos idóneos para algunos trabajos. La mayoría tiene una inusual capacidad de concentración, son muy competentes en sus áreas de interés, tienen gran habilidad para apreciar los detalles, y suelen tener muy buena memoria. Otra característica es su facilidad para aprender visualmente. Son empleados eficaces en entornos organizados y con protocolos bien definidos. Les gusta la rutina. Y son transparentes, no mienten, carecen de malicia.
El aspecto y la inteligencia normal de estas personas hace que sus dificultades permanezcan ocultas en un principio, haciendo que se mantengan en una “zona de sombra” a la hora de ser detectados y tratados por los servicios médicos, sociales, y escolares. Una gran proporción permanece sin diagnosticar, a pesar de los numerosos problemas que presentan en la escuela, durante la adolescencia, y en la edad adulta. Otros están mal diagnosticados y les prescriben medicaciones inadecuadas.
La gravedad y combinación de estos síntomas varía mucho en cada individuo. Algunos alcanzan la plena autonomía, otros son dependientes, y muchos adultos se mantienen en una semi-independencia. Los síntomas también pueden remitir o acentuarse a lo largo de la vida. De ahí que precisen en su mayoría un seguimiento permanente.
Si las personas con trastorno de Asperger o con TEA son atendidas adecuadamente desde la infancia, pueden alcanzar un alto grado de integración social. Algunos son licenciados, diplomados, ingenieros, informáticos, técnicos de otras profesiones, y desempeñan trabajos útiles a la sociedad.
Pero si estas personas no son atendidas, es fácil que acaben en la exclusión social, en la indigencia, o vegetando en su casa, especialmente si las familias no cuentan con los medios adecuados, o cuando los padres son ancianos o han fallecido. La complejidad del síndrome supera la capacidad de la mayoría de las familias. De ahí la importancia de una institución de apoyo que tutele sus necesidades, y propicie que puedan alcanzar su máximo potencial.
A pesar de la inteligencia normal de los afectados por S.A., la carencia de habilidades sociales es un importante lastre en el momento en que estas personas salen de la estructura escolar o de la Universidad. La entrada y adaptación al entorno laboral suele ser un tránsito difícil si no se ofrece la asistencia adecuada a cada caso.
Los afectados precisan de una intervención temprana, y a lo largo de las distintas etapas de su vida, principalmente en entrenamiento en habilidades sociales y en modificación de conducta. De niños suelen ser objeto de acoso escolar por parte de los compañeros, y ya de adolescentes o adultos a menudo padecen depresiones, trastornos obsesivo-compulsivos, ansiedad, y otras complicaciones. Estos problemas deben ser seguidos y tratados por psiquiatras y mediante largas terapias psicológicas que suponen un coste muy alto para las familias.